El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

viernes, 14 de mayo de 2010

Ojos en la lluvia



Era una de las tantas primaveras de clima errático en La Plata. Después de días de cielo plomizo y baja presión en el aire, se hizo de noche a media tarde; y se desató un vendaval, con un viento que arremolinaba la cortina de agua en el aire. Me sorprendió cruzando plaza Moreno, pasando la piedra fundamental en la que triangulan las diagonales fundacionales cual cáliz de tiempos masónicos.
Los bocinazos y frenadas de los autos acompañaban el desconcierto. Como es inútil buscar tierra firme en un sismo, también era en vano buscar un techo o siquiera un refugio de ómmibus en medio de esa locura. Sólo atiné a subir corriendo la escalinata de la Catedral, alentado por la inercia de ver que la mayoría de los afectados como yo hacían lo mismo sin siquiera preguntarse si arriba había algo más allá de la imponencia de la mano del hombre para sumir a otros hombres tras la idea de Dios.
Al llegar arriba todos se dispersaban buscando cualquier rincón con algún pilar como falso techo para atenuar el aguacero. Fue en ese momento en que ingresé en el hueco de un umbral muy estrecho, con la particularidad de que de forma simultánea y divina lo hizo ella; llegamos al pequeño compartimiento de forma casi cronometrada, como si el que maneja los tiempos y es reverenciado en los altares así lo hubiera dispuesto.
Pegó su espalda a la pared para alejarse, lo cual era inútil. Su aliento agitado se traducía en el vaivén de su pecho. Reparó en su remera blanca mojada; y se abrazó a sus carpetas empapadas como buscando un escudo de pudor. Se resignó tragando saliva y mordió lentamente sus labios de ciruela madura. Recién ahí levantó su mirada, recortada por los mechones de su pelo azabache. Tras el blanco del susto, descansaban los ojos de un negro profundo como noches de mil inviernos sin luna; entrar en ellos era el desafío de navegar por constelaciones contando estrellas, historia de nunca acabar.
Lentamente mis pupilas se empezaron a dilatar por el cansancio; no quería parpadear por temor a perderme una milésima de segundo de ese paisaje en mis retinas. Pero tuve que hacerlo y aproveché par a mirar el cielo, que mermaba en su caos.
Cuando volví a mirarla, había bajado las carpetas hasta la ingle y las movías lentamente, como quien espera algo. Me encontré en la disyuntiva. Si la miraba a su pecho me perdía. Si la miraba a sus ojos me entregaba a lo desconocido. Decidí cerrar los ojos y soñar. Después de unos segundos abrí los ojos. Ella ya no estaba. Tampoco llovía; me marché maldiciendo las baldosas flojas.
Hay quienes son indulgentes y sospechan que aquella tarde me comporté como un idiota. Hay quienes son más realistas y sostienen de forma irrefutable que fui un idiota. Y hay quienes ni quieren escucharme hablar.
Ha pasado mucho tiempo de aquel día. Otras lluvias empantanaron caminos; otras baldosas traicionaron. Y nunca volví a encontrar esos ojos negros, que pasaron del miedo a la esperanza.
En algunos ojos esquivos descansé un tiempo; y me fui cuando ya no estaban como regazo. En otras pupilas sufrientes desfallecí; aunque ellas esperaban un hombre y encontraron un niño, y me fui de su lado por miedo crecer. Y en muchos pechos me perdí, para reencontrarme después.
En la vida hay tantas tormentas como esperanzas. Sigo aguardando unos ojos que tiendan un arco iris con los míos en la tempestad. Tal vez después de la prueba de bajar los párpados me encuentre con que ella no se fue. Que es ella la que cerró los ojos para soñar. Tal vez se atreva a volar; y yo juegue a Peter Pan. En el país del Nunca Jamás, donde no haya más lluias.

1 comentario:

  1. La verdad es que no se si eso pasó en la realidad o es fruto de tu gran capacidad narrativa para hacernos creer que fue. Lo que sí me hace pensar, es en que un mínimo encuentro, del que quizá ni ella misma se ha sabido presente, haya podido desencadenar todo esto...a veces pasa...y está bueno que se generen estas cosas, estos recuerdos de algo tan "intrascendental" (no se si existe la palabra, como unos ojos en la lluvia. Me encantó.

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