El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

lunes, 17 de mayo de 2010

El niño del ómnibus

Por estas horas los diarios, canales de televisión y radios de Argentina reproducen la noticia de un niño de 11 años de la pequeña provincia de Tucumán, que se escapó de un Instituto Correccional de Minoridad, se subió a un ómnibus vacío, lo manejo recorriendo la capital durante una hora, fue a visitar un amigo y luego lo devolvió regresando al centro de alojamiento.
Presurosos de mantener en la agenda de discusión pública la problemática de seguridad abordada desde lo punitivo y represivo, la mayor parte de los analistas coinciden en el riesgo de que adolescentes bajo tutela por proceso penal se escapen fácilmente y estén sin controles, adhiriendo a la necesidad de “aumentar las penas”, para “meterles más miedo”, con la hipócrita idea de que el temor inmoviliza.
Pocos reparan en las palabras de una de las psicólogas y del director del instituto donde el niño purga su transitoria condena. La primera reveló que el nene siempre decía a todos que su sueño era ser conductor de ómnibus y andar por la ciudad. Y el otro aportó que tenía antecedentes de fuga.
El niño volvió a escaparse. Pero esta vez el motivo era que tras el cerco perimetral había visto un ómnibus estacionado.
Con la voracidad alentada por la fuerza de los sueños, el niño se fugó. Después llegó al rodado del tamaño de un arco de fútbol, a duras penas subió los escalones, cerró la puerta, lo arrancó y a tientas empezó a cumplir su sueño.
Dicen que por primera vez en su vida en la calle lo respetaban, frenaban para darle paso, los que hasta hace poco no le daban monedas ni siquiera se animaban a reclamarle por una mala maniobra. ¡Qué distinto se veía el mundo! ¡Qué raro era que lo esperaran a pasar! ¡Qué raro que le dieran lugar!
Era tan hermoso todo, que el niño decidió completar la faena yendo a visitar a su mejor amigo. Le mostró su hazaña, lo invitó a subir a la nave y después se entregó. El niño ya está de nuevo encerrado. Fin de la travesura. Fin del sueño.

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En un sistema de minoridad represivo y excluyente, propio de una sociedad que estigmatiza la pobreza y persigue las secuelas carcelarias para dar trabajo, tal vez ese niño tucumano ya ha asimilado que de grande existen casi nulas posibilidades de ser chofer de ómnibus.
El niño decidió no esperar a mañana para cumplir su sueño. Saltó el alambrado y aún lastimado no hizo uso de la libertad para huir. Se subió al micro, fue conductor, vio a todos desde arriba, fue respetado y luego bajó a tierra.
En el tiempo que duró el recorrido, un ángel de la guarda acompañó al niño del reformatorio. Durante una hora de manejo no hubo un solo accidente con el micro. El sueño fue completo para quien sufre una realidad tan dura. Buen premio para un alma que se animó a apoderarse de su sueño hoy; y no esperar a un incierto mañana.

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