El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

domingo, 16 de mayo de 2010

Contrastes en el frío



Ya se empezaba a notar el frío en la ciudad. Recordaba su cuerpo, que me calmó en otro invierno. Admiraba a los que tienen la vida convencionalmente ordenada. A los que no terminan pasados los 30 solos en una plaza; apenas acariciando el lomo de un libro cuyas hojas pasan lentas como las horas. Extrañaba el amor.
En eso estaba cuando estacionó a la vera de la plaza ese automóvil. Un alemán de tres letras último modelo. De su interior se bajó un hombre que no tendría más de 30 años. Vestido con jeans y remera importada, salió maldiciendo mientras se miraba los zapatos Stork, cuyo negro era afectado por un trozo de helado del tamaño de una cuchara, que inexorablemente se empezaba a derretir.
Tomó una franela, apoyó el pié en el zócalo, y se empezó a sacar el helado del zapato, mientras gritaba.
-Te lo dije, no tiene que subir al auto con helado, ahora bajalo y que lo tome afuera solo. Así aprende.
Desde adentro, se escuchó una voz femenina aniñada, que asintió.
-Sí es verdad. Lo único que falta que encima ensucie el auto -agregó la mujer, para completar la plegaria con un seco “bajate”.
Por el lado del acompañante bajó un niño de no más de cuatro años, con ojos temerosos por la reprimenda. Los copitos de helado de frutilla aceleraron su caída, pues le temblaba la manito. Empezó a caminar rápido y solo hacia el cordón de la vereda.
El padre lo miraba apoyado en la puerta del conductor, con los brazos cruzados y moviendo la cabeza a los costados. La madre salió del auto despacio. Miró hacia el piso para evitar que el taco de sus nuevos Ricky Sarkany se clavaran los adoquines. Luego se sacudió las migas de galletita del piloto de cuero comprado en El Corte Inglés, durante su último viaje a Europa. Mientras revisaba las nuevas promociones del resumen de la tarjeta de crédito, apoyada en la puerta del acompañante, no dejaba de mirar al niño, aunque sin sacarse los anteojos de sol.
Pasaron varios minutos, con la misma escena y en silencio. Hasta que el nene terminó su manjar y vino corriendo al auto. La madre lo frenó. Tomó la franela y le dijo “antes de entrar limpiate”. El niño estrujó el trapo entre sus dedos. Después le mostró las palmas de la mano a su madre, que las miró de costado y le abrió la puerta para que subiera. Después el tipo hizo lo propio. Se escuchó la armonía del V 8, y después su desplazamiento sereno alrededor de la plaza, hasta perderse.
Iba de regreso a casa cuando los crucé. El no llegaba a los 40 y tiraba de una bicicleta destartalada que arrastraba un carrito cargado con cartones y botellas. Ella entrados los 30, iba a un costado revolviendo los canastos de basura. La ayudaba un niño de no menos de cinco años, que arrastraba una lata atada con un hilo, que él decía era un auto; el nene estaba sucio de todo menos de helados de frutilla.
De pronto el hombre detuvo su marcha. Miró el cielo con entrecejo fruncido. Luego se sacó la vieja campera que llevaba, camino unos metros y se la puso a su mujer, mientras le decía en voz baja “ya dejá amor, vamos que hace frío”. Se abrazaron con fuerza. El niño dejó por un momento el auto para correr hasta la pareja y extender su mano sucia, que encontró las de su madre, también percudidas de revolver bolsas. Y la pareja, entre risas, comenzó a tirar juntos de la bicileta. Mientras el niño tiraba de la lata, que dejó de sonar cuando abandonaron el asfalto para recorrer las calles de tierra.
Me quedé pensando en los contrastes de la vida. En los que tienen todo y no valoran nada, y los que aman lo poco que tienen, peleándola cada día.
Y aunque las necesidades siempre motivan los pensamientos, no pude evitar recordar al niño rico. En el sabor amargo de ese helado tomado en soledad, bajo el cronómetro de las miradas vacías de los padres. En él limpiándose las manos, para que en el lujo no hubiera lugar ni para el recuerdo de la dulzura. Y sentí frío. El frío de la desesperanza.


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Dedicado a los idiotas que dan a sus hijos una vida de reproches, peleas y tensiones, que buscan curar con lujos bajo la excusa de que “no les falta nada”. Los niños sólo esperan respeten su mundo de ilusiones y les den amor sincero y valores para cuando sean grandes y se animen a cambiar el mundo.


Por los niños de hoy y siempre...

Peter Pan....El canto del loco


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3 comentarios:

  1. Profesor que más decirle que ya me voy a la UNP a estudiar Comunicación Social porque si termino escribiendo como usted!!! No lo haga como terapia, escriba un libro hombre. Que daría yo por escribir así tan bonito como lo hace todo un Comunicador Social. Ya mando a toda la ECI de la UNC a la miercóles.
    Besotes!!!

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  2. Muchas gracias che, no hay presupuesto para editar libro, a volcarlo en Internet y rogar que alguien lo lea jaja.
    Besote

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  3. Que loco no? Muchas veces "los que más tienen" son los que menos aprecian las cosas simples de la vida, como un abrazo fraternal a un hijo o saborear un helado con ellos...que se yo...hay cada uno en este mundo....ojalá que esos sean los menos.

    Si Peter Pan viniera a buscarme una noche azul....♫♪

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