El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La tiranía femenina


El mundo está atravesado históricamente por inequidades e injusticias. Las mismas se sostienen en procesos históricos y económicos, que generalmente tienden a perpetuarlas, o en el mejor de los casos atenuarlas para que los pobres no rompan todo. Que los que tienen poco o casi nada entiendan que si se esfuerzan pueden crecer y superarse –así nacen lo que el sistema llama “ejemplos de vida”- y si no lo consiguen existe la Justicia Divina , para que asuman de una vez que cuanto más se sufre acá mayor será la recompensa en el más allá. Dios es más que una idea; sería un banquero que le puso corralito a los depósitos del bienestar con la promesa de devolverlos con los intereses creados por quitarle lo mal ganado a los malos en la tierra; una usura universalmente aceptada.
El problema de las inequidades se resuelve con la Justicia Divina. Vayan preparando su libreta de privaciones y solidaridad con otros más privados que uno en serio, para planteársela al Barba, que gustoso nos mandará a la oficina de reclamos del cielo. Y el que no vaya al cielo, que interponga recursos de amparo –el infierno está lleno de ellos- para que no le quiten los bienes malhabidos.
Pero hay un problema que no se resuelve en el más allá. Y atraviesa el mundo desde sus orígenes. ¿Qué puede ser peor que la injusticia? La tiranía.Y no hablo de un despotismo político en particular con sus avasallamientos en la historia; me refiero a la pulsión que mueve a la mujer, esa gran responsable de sufrir el destierro del paraíso según la Biblia que me forjó la idea de Justicia Divina. En realidad, esto último hay que agradecerlo, porque tampoco se perdió tanto si la idea del paraíso era vivir en bolas comiendo tranquilos y paseando, sin licencias para hacer uso de la desnudez; es como si te dicen un sábado de verano a la tarde “Acá tenés la llave de la CBR 900, pero no la andés a más de 120” . ¡Ni todas las manzanas de Río Negro alcanzan para justificar el pasaje al deseo, la mortalidad y el sufrimiento por lo efímero, que nos hacen valorar la vida cada día!
Pues bien, la tiranía que nos convoca es la “intuición femenina”. Se trata de un sexto sentido que se atribuyen las mujeres para profetizar cuestiones buenas o malas que se dan generalmente por circunstancias ajenas a cualquier incidencia de ellas. Ya lo dijo un escritor inglés, “Pase lo que pase, siempre hay uno que lo veía venir”. Pero el problema es que en el mundo las mujeres decidieron arrogarse esa facultad. No se puede determinar en qué momento ocurrió. Si fue como un tsunami o como una creciente lenta, que fue carcomiendo los cimientos de la racionalidad.
Si hasta Shakira -de capital musical dudoso pero con la industria discográfica a su favor, al punto que en el reciente mundial casi instaló en un acto cuasi terrorista el horrible Waka Waka como tema-, se dio el lujo de extender la canción “Las de la intuición”, un vejamen más entre tantas ofensas al pobre hombre que padece el hostigamiento de ese poder sobrenatural que dicen tener las mujeres.
Lo que sin duda es perverso por demás, es la lógica con la que consigue ligitimarse la intuición femenina. Tiene como denominador común en la mayor cantidad de veces el sistema de profecía autocumplida. Y utiliza ese logro para convencer y convencerse, y lo que es peor someter al sexo opuesto.
La mujer un día a sorprende a su pareja con el “tengo la intuición de que esa mina nos va a complicar la vida”, y el hombre le pide tranquilidad y lo documenta con su libido inexistente por la susodicha. Al poco tiempo, la pareja espera al hombre y le dice seriamente “tenemos que hablar, no doy más, es ella o yo”. Y el tipo no entiende nada. Ante lo cual la doliente doncella le recuerda “yo te dije, que esta mina nos iba a complicar”.
Otro día la mujer le dice “yo creo que hay algo que vos no me decís, espero que esto funcione igual”. Y pasan los días y la mina sufre cada vez más, no para de comerse las uñas, no quiere tener sexo, hasta que el tipo que no sabe qué decir manifiesta con temor “yo no estoy bien así”. Y entonces ella se arroga la última palabra y concluye “viste que yo me daba cuenta, lo intuía”.
Y otra, al regreso de un partido de fútbol con amigos mira el reloj y le dice “creo que vos andás en algo”. Y el tipo a la semana siguiente, aún sin entender, evita la charla pos lesiones y llega apresurado a su casa, despeinado, 30 minutos antes de lo normal, y ella se limita al “Mmmm”. Y el futbolista frustrado se desespera más, y aún con las vendas puestas a la semana siguiente le trae una flor, y ella sentencia “dicho y hecho, no me equivoqué, andás en algo”.
Y otra vez se da el clásico “intuyo que tu mamá no me quiere”, tras lo cual el hombre le pide calma y se compromete a sondear a su progenitora sobre el tema y la pareja finaliza “ah claro, tenés que preguntarle si te convengo, es lógico que hay algo que no me decís, lo sabía, ya está”.
A todas estas situaciones se suman las que desatan inexplicablemente en algunas mentes hechos como mirar con regularidad el celular, echar un vistazo a sus espaldas, recibir miradas de otras mujeres en la calle, tener la casa ordenada; todas pueden alimentar intuiciones de terceras en discordia. Y si se explicitan las sospechas, el mecanismo será siempre el mismo. La profecía declarada y las estimaciones hasta obtener una conclusión cercana a la misma, y fin del juego: la intuición femenina se impone y es el bálsamo que cura el amor propio herido.
Y si eso no alcanza, la mujer busca la cofradía de su género, en el cual otro grupo de analistas coincide en apoyarla.Ahí no falta la que con aires de pitonisa veterana le espeta “y no te diste cuenta antes de eso?”. Y entonces se reconoce más dolida, pero rápidamente la rescatan y le piden que esté “más atenta” y sea “más intuitiva” con los hombres; le sugieren se compre ropa, vaya a la peluquería, y le regalan una revista Cosmopolitan que da consejos del tema, que ella leerá mientras devora la nueva temporada de “Sex and the city”.
Ya más entera, se va a su casa y comienza a recuperar los anticuerpos de las sospechas, la malicia y el recelo. Todos ellos, disfrazados tras el eufemismo de “intuición femenina”.
Es tan ingrata la situación, que a lo largo de los años le quitaron al hombre la posibilidad de tener intuición. El hombre razona, calcula, adivina, estima que algo puede ocurrir. Y si ocurre, nunca será producto de la intuición.
Ese conjunto de estimaciones de soslayo resultante de una cosmogonía intangible que tratan de justificar a lo largo del tiempo, llamado Intuición, es una tiranía de las mujeres. Aunque también es un tesoro del género, que se disfruta en su justa medida. Pero claro, sólo hay Justicia Divina.

3 comentarios:

  1. Es simple y claro Edu...nosotras, más tarde o más temprano, siempre terminamos teniendo razón...sería bueno que lo entiendan así se ahorran discusiones al pedo, jajajaja

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  2. AAAhhh...y no me critiques a sex and the city, porque las amo a todas, creo que todas las mujeres tenemos cosas de aquellas cuatro...(y no me importa si con este comentario concluis que lo que acabas de escribir es verdad...)

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  3. Leyendo esto me siento más hombre que mujer...

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