El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

domingo, 27 de junio de 2010

Despedidas



Por decisión de vida, pregono el amor entre dos personas desde la gradualidad del conocimiento mutuo, los escarceos e idas y vueltas de expectativas cruzadas; así, hacer el amor es la consagración del encuentro de dos personas y no la mera canalización del deseo e intercambio de fluidos corporales.
Mitad por sentimentalismo cliché y mitad por influencia de los libros de Corín Tellado que devoraba mi madre mientras hacía labores de costurera, defiendo los finales de las historias de amor que albergan cierto histrionismo, como paraguas de recuerdo de lo idílico frente a la tormenta que se avecina.
Así fue como luego de que mi segunda ex novia me dejara por otro a través de una carta -vivía en un pueblo distante a 50 kilómetros del mío-, decidí responderle con la misma moneda, con una misiva tan lacrimógena y emotiva como mi vuelo poético de adolescente sin barba me lo permitía. Sabiendo que el correo había hecho su trabajo, viajé al pueblo de mi ex amor y fui al boliche bailable esperando verla, para constatar si estaba con quien ella decía amar o había acusado recibo de mis palabras.
La ví entre el humo, el láser y las luces de neón. Me acerqué con andar fingido y la saludé cordialmente con un beso en la mejilla, al igual que a su amiga. Al seguir caminando ella me extendió la mano por lo bajo y se la saqué.
A una cuadra del boliche escuché su voz entrecortada, acompañada por los tacos corriendo. Me pedía que habláramos. Le dije “ya me dijiste todo y lo entiendo”. Y agregué: “si una cosa queda por pedirte, es que seas feliz”. Y nuevamente me extendió la mano. Entonces le expliqué que debía irme pues mis amigos se marchaban en auto. Me dolió esta última mentira, pues andaba solo y sin dinero para el boleto en ómnibus, y tuve que esperar tirado en un banco de la plaza que amaneciera para “hacer dedo” a un camionero que me llevara en su vehículo hasta mi pueblo.
Que me quedaron cosas pendientes? Sin duda. Que hubiera estado bueno escucharla? Tal vez. Que ella me siguió buscando durante mucho tiempo? Lo sé. Pero igual, siempre me gustó el final histriónico y novelero que pude darle a esa historia adolescente. Me quedé con los besos a escondidas en una esquina sin luz y calles de tierra; con el ruego a los policías de una comisaría para que me dejaran dormir en la peluquería así podía quedarme un día más a verla a ella (si no tenía dinero para ir en bus menos para alojamiento); con su renunciamiento a fumar porque se había enterado a mi no me gustaba y tal vez me daba asma; con su mano extendida para darme la última razón...
Supe al poco tiempo que esa noche y otras tantas había terminado borracha y llorando lo que consideraba su error. Pero igual iba a estar con quien amaba para que la consolara. De nada servía un humilde servidor de versos sueltos, flores robadas y caricias tercas.
Pero con el transcurso del tiempo y la adolescencia agonizante, he entendido que casi siempre son imposibles los finales armados con hidalguía pese al dolor. He sufrido y he dado finales a historias de amor una noche sorpresiva en un monoambiente desolado, en una plaza, en un escalera, en un pasillo, en el estribo de un ómnibus, en una clase, en un automóvil... Y lo que es peor: muchos finales se dieron sin que nos diéramos cuenta cómo, cuándo ni dónde; y hay que aceptarlos cuando creemos ni siquiera haber intervenido en ellos.
Comprendí que las circunstancias no pueden ser elegidas y los escenarios armados. Que en definitiva, el proceso después del final siempre es el mismo. Uno debe quedarse con lo bueno vivido juntos. Y no arrepentirse de cada paso dado. Agradecer haberla conocido. Y desearle sea feliz. Como a aquella chica de la carta. La de la mano extendida. La misma mano que tomó otra persona para darle amor. Pues la vida sigue. Sin finales armados sino tan caóticos e incumplidos como los sueños.

Un final ideal? El de esta dulce rola

Y al final (Enrique Bumbury)

2 comentarios:

  1. Buf, me dejas sin palabras después de esta clase magistral de como levantarse y volver a caminar después de que decidieran que llegó el final...
    Gracias!!!
    Un besote enorme, y ese final de bumbury, necesario, muy necesario

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  2. Eduardo:
    Un millón de GRACIAS por haber estacionado a un costado de mi autopista del sur paradejarme tan bello comentario. Me asomé a tu blog, y me dura la sensaciión de encantamiento.

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