El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

domingo, 6 de junio de 2010

La sonrisa robada




Entre el humo del cigarrillo y el hedor de la cerveza que signaban el bar, los rayos de neón descubrieron unas pupilas verdes alojadas en unos ojos rasgados. Absorto por su magnetismo me acerqué a tientas, forcejeando entre el gentío. Cuando llegué a su lado ví que esa mirada era acompañada por una cara cuyos ángulos marcados no le quitaban un ápice de su origen angelical. Enmarcaba su rostro un lacio rubio que le llegaba a mitad de la espalda doblada por su postura a disgusto.
Al pararme a su lado noté que su vista única estaba perdida entre lo que quedaba del escenario por desarmar y el vidrio empañado que ocultaba lo que pasaba afuera. Era un cuerpo sin alma: una tierra sin puerto para desembarcar cualquier barco.
Aguardé que un amigo hiciera el trabajo de entrar en conversación con la morocha que estaba al lado de la rubia distante y hermosa. Una vez hecho el puente, entablé una conversación signada inicialmente por trivialidades y después por cuestiones más profundas, o por lo menos que salieron de la temática de nombre, signo, trabajo, lugar de residencia, estado civil, etc.
Fue ahí cuando merced a algunas ocurrencias producto de la ingesta de cerveza y el estado de ánimo, se dibujaron en su rostro varias sonrisas, que rápidamente desaparecían para que sus músculos de la cara cerraran filas en un rictus duro. Me quedé observando detenidamente la distensión en su cara al reírse, y entonces ella me dijo “puedo hacerte una pregunta”, a lo que le respondí un “por supuesto”, y disparó “siempre mirás así a la gente?”
Yo me quedé pensando un segundo y le respondí “no lo sé, hace tiempo nadie me dice nada de mi mirada, no reparo en ella más”.
Me miró, volvió a sonreír y decidí que me había ganado el derecho a preguntar yo, y ella lo aceptó, y le indagué “por qué no te reís más, tus ojos verdes brillan cuando lo hacés?”. La respuesta me dejó helado como la noche: “no sos la primera persona que me lo dice. De adolescente reía mucho, y hace tiempo han pasado muchas cosas en mi vida y no sé por qué, pero ya no lo hago como antes”. Y bajó la cabeza, como quien ha confesado un pecado. Para volver enseguida a la defensiva, irguiéndose para evitar cualquier consuelo. Entendí la raíz de los males; y me dí por satisfecho.
La madrugada terminó con la clásica promesa de tal vez un día volver a vernos, aunque más no sea por accidente en la misma barra. Afuera, encogí los hombros y dí vuelta el cuello de la campera para paliar del frío, y empecé a caminar. Por dentro no podía dejar de maldecir a quien o quienes encarcelaron en la prisión del miedo a esa hermosa sonrisa.
Pero después comprendí otra cosa. Ella había logrado salvar del naufragio su mirada, que albergaba un verde esperanza que no pudieron quitarle ni las traiciones que le encadenaron sus labios ni las que mentiras que agotaron sus lágrimas. Ella iba a ganar la pulseada.
Después, recordé que uno también ha quitado sonrisas a hermosas personas. Y que otros en su camino se las habrán devuelto. Es parte de la vida.


Ismael Serrano: Cien días

1 comentario:

  1. Sabes Edu? tu texto de hoy tiene un dejo de "Amores de barra" de ELLA BAILA SOLA. No sé, mientras lo leía tarareaba la canción. Y te dejaría un poema pero lo voy a escribir en mi blog como si fuera una respuesta de tu rubia triste.

    Besotes y buen comienzo de semana.
    Mmm Lunes otra vez sobre la ciudad ♫♪

    GabY☼

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