El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

domingo, 20 de junio de 2010

Miradas eternas



Las miradas son importantes porque es lo último que uno se lleva de las personas. Después del abrazo, los lamentos, la alegría, las vacilaciones, verdades a medias o mentiras edulcoradas...sólo quedan las miradas. Uno lo entiende cuando no tiene más a su lado a las personas que quiere.
Un día un llamado telefónico avisa la muerte de tu madre y en horas tienes que besar por última vez el cuerpo que hasta hace pocos días te dio calor entre risas. Otro día, otro llamado te avisa que debes viajar a despedir de la misma forma a tu padre, cuando hasta hace poco ibas a hacerle de comer, darle calor e higienizar una casa muy grande para un viejo solo en el campo.
Por negación a la muerte o por conveniencia para seguir adelante, uno cumple el ritual y llora. Y un montón de brazos nos apoyan el hombro. Hasta que uno entiende que llorar más es por el egoísmo de no tener con nosotros a esas personas. Y como los gitanos en su saeta, uno decide no cantarle al cristo en la cruz y a la muerte, sino al milagro de la vida. Se queda con las sonrisas, los abrazos, las miradas, las complicidades, la ayuda y valores que nos dieron esas personas en vida.
Por eso tragando saliva y apretando las mandíbulas uno va a limpiar por última vez la casa donde nació. Horas interminables. Lo que fue el hogar más cálido está helado como la muerte. En cada rincón se despiden recuerdos y se rompen abrazos de imágenes; manos invisibles muestran juguete perdidos; paredes descascaradas levantadas a mano hablan de esfuerzos que nos trajeron hasta aquí.
Con desesperación y arrebatos de llanto termina la limpieza. La vieja bomba que da el agua más rica nos invita a lavarnos la cara y las manos. Ultima mirada a los viejos galpones y los montes que nos enseñaron a ser Tarzán. No hay más interrogantes; sólo certezas. A salir gritando un “gracias” que rompe el nudo en la garganta.
Pero las gracias vacías no tienen destinatario más que la tierra y el aire. Entonces hay que acudir al recuerdo de imágenes de miradas. Mi madre preguntándome qué cocinar, yo sugiriendo algo y la ayudaba, mientras ella reía recitando poesías. A esa mirada va el agradecimiento. Ya sin la vieja, mi padre con su rostro feliz al ver cómo le cocinaba algo o lo ayudaba a enllantar ruedas de carros. A esa mirada va el agradecimiento. Gratitud a los dos.
Esas miradas permanecerán siempre. Inquisidoras a veces; comprensivas otras; cariñosas muchas; y en aliento siempre. Porque si la vieja costurera escribió en una poesía que “la distancia no es ausencia”, su hijo hoy se toma una licencia para decirle que “la ausencia no es distancia”. Y los dos están tan cerca como antes. Tan cerca como siempre.

2 comentarios:

  1. Precioso, aún sigo con un nudo en la garganta...
    Pero si las palabras han sido hermosas, el mensaje lo ha sido más aún...
    Estarán orgullosos de tus palabras, del amor que se esconde en cada una de las frases, de la ternura con que recuerdas cada momento, cada situación y del recuerdo de esas caricias, besos y abrazos de quien un día te dio la vida y hoy sigue incondicional a tu lado. Tienes los más bellos angelitos de la guarda...

    Gracias por pasarte por mi rinconcito y darme la oportunidad de conocer el tuyo.
    Un beso, cuídate mucho y felíz semana

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  2. Emocionante y tan real y tan de corazón. Un fuerte abrazo, amigo. Porque es así. Es así.

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