El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

domingo, 20 de junio de 2010

Soledad, cruz y corona de espinas



En el jardín de las flores sin aroma y secas de mentiras, él le entregó rosas de color verdad, que embriagan con su perfume fresco como el amanecer. No la aduló pero la elogió con justicia y le objetó actitudes con decoroso fundamento. Le contó sus temores y desafíos por resolver, mostrándole las heridas que le hicieron y confesando las que provocó.
En el altar de lo profano que rinde culto a lo trivial y el deseo de cuerpos, él sacó la cruz de la soledad ya sin clavos; y hasta jugó con los rastros de sus estigmas en las manos. Le mostró un camino posible. Un horizonte tras las nubes rojas de invierno. Le aclaró que el sendero podía recorrerlo con él o con quien su corazón quisiera; pero jamás sería posible hacerlo sólo con su sombra.
Ella dejó pasar algo de tiempo. Minutos eternos como los remordimientos. En suspenso como la neblina de las cuentas pendientes. Y con su mirada perdida en el vidrio empañado como sus pupilas, dijo:
“Sos lo que siempe busqué. Pero llegaste tarde. Hoy tengo muchos problemas y sentimientos sin resolver. No te merecés sufrir commigo. Sos un sueño. Y apenas puedo con mi realidad como para atreverme a soñar”.
La sinceridad descarnada de esa mujer doliente y bella era algo ausente en estos tiempos. Por esto, él sin conocerla tuvo deseos de comenzar a amarla aunque ella no quisiera. Si él tenía las huellas de la cruz de la soledad, ella cargaba una corona de espinas en su alma. Y debía sacársela y sanar sola con el tiempo; como él supo desclavarse de la cruz de la soledad para asumir sus estigmas.
Ellos tal vez no vuelvan a encontrarse más. O se hallen por el mismo camino pero se desencuentren. Son la cruz y la corona como sombra en los corazones; un eclipse sin fin de sábanas frías, mesas vacías y jardines marchitos.

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