El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

viernes, 11 de junio de 2010

Imágenes



Transcurrimos la vida preguntándonos si el amor existe. Y mientras tanto, no nos damos cuenta de que por ahí lo vivimos, pero en nuestro empeño en ponerle preguntas a todo no lo disfrutamos. En nuestro afán por creer que somos más inteligentes cuantas más dudas sembramos sobre el mundo, también llegamos a ponernos felices poniendo en duda lo que sentíamos; y hasta nos apoyamos en nosotros mismos para justificar el miedo a vivir, arriesgar cerrando etapas para comenzar nuevos caminos.
Por eso cuando un domingo por la tarde la soledad golpea nuestra puerta y nos interpela, no tenemos respuestas sobre una historia acabada del amor y por ende menos explicaciones. Sólo tenemos fotografías, momentos movilizadores e imborrables, postales de la inconclusión, instantáneas de lo que pudo ser.
De ese juego aleatorio de imágenes que no nos abandonarán nunca, vaya una foto.

♥♥♥♥♥♥
No había suite presidencial de hotel sino una carpa en el camping que se sacudía con la brisa de verano. No había mesa de Luis XV con vino importado, sino una cerveza de litro haciendo equilibrio en el pasto.
No estaba el río Sena con sus leyendas centenarias o una dársena de Puerto Madero, sino el río Uruguay picado que ronroneaba con la voz de las piedras arrastradas a la orilla.
No había caballos ataviados con recados de plata y oro sino perros flacos y amigables recorriendo las orillas de los fogones y canastos de basura buscando restos de comida.
No había caviar ni sushi sino panes de miga y fetas de fiambre repartidos y vigilados para que no los agarraran las hormigas.
No había vecinos de vestido largo y trajes a medida en el lobbi, sino pescadores, amigos y amantes furtivos en los refugios linderos.
No había paredes ni cielo raso trabajado con ornamentaciones de las mil y una noches. Pero se dibujaba perfecta en el cielo la constelación de Orión, reconocimiento mitológico al amor de Orión y Artemisa malogrado por la envidia de Apolo, que engaño a su hermana para que ella matara en una confusión a su amado.
No había nada de lo que los cuentos rosas enseñan. Pero estaban las simplezas más fundamentales de la vida. El río que fluye sin parar. La brisa que te duerme y te despierta. El cielo testigo de promesas, ruegos y maldiciones. La tierra que nos sostiene y alimentaremos al morir. Los amigos, trabajadores, amantes y perros.
Era la vida, tan simple y desnuda que nos seduce a contar miserias, tristezas e ilusiones. Y lo hice repartiendo mis ojos entre el negro del cielo y el de sus pupilas tristes. Mientras tanto, mi piel se erizaba entre sus caricias y las de la brisa estival de madrugada. De ahí en más nada fue igual.
Un cóctel de miedos, cobardía, incompatibilidades y distancia hirieron los capítulos siguientes de esa historia. Pero las imágenes de esa noche quedarán en el tiempo y enriquecerán nuestros sueños, como un faro en los laberintos de la vida.

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