
Los tendones de tu cuello y manos
son poleas que arrastran al placer
a mi alma plagada de tantas dudas
a mi boca reseca de cerveza amarga
y mis manos ávidas de un sueño.
Las brazas de la hoguera crepitan
como tus cuerdas vocales jadean;
afuera los árboles van en danza
con el vals silbado por el viento.
Adentro nuestros cuerpos hacen uno
tan descarnado como el invierno
que trunca vidas y apura la muerte
con estertores fugaces y etéreos
como el preámbulo de de tu orgasmo.
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