
Caricias a tientas en la noche azabache y gélida. La ceguera de la pasión es apenas ayudada por la luz de los leños que crepitan atenuando los jadeos. Una aguja taladra un cuerpo al ritmo del segundero; pero los relojes se han parado en esa habitación sin tiempo. Se deshacen en suspiros y se rehacen en caricias. Guerreros transpirados de una batalla sin vencedores ni vencidos. Sus cuerpos se consumen en la entrega hasta sepultar toda culpa. Almas felizmente perdidas. Cuando se descubran absorbidas por la razón del hombre, todo habrá terminado; llorarán por la locura animal de tiempos pasados.
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