
De las sentencias que en claridad
Al hombre aquejan con espanto
La pueril condena a la mendicidad
Sume cualquier alma en llanto.
Cual Prometeo de entrañas roídas
Por un buitre tras cada amanecer
Para castigar hazañas promovidas
El mendigo es el eterno convalecer.
Un preso ruega por clemencia
Entre mil barrotes y su letrina
Pero torturar está en la esencia
De un sistema que lo margina.
Entre las plazas, aceras y escaleras
Los pobres piden comida y abrigos
Y ante los ricos cuidan las maneras
Como manual de buenos mendigos.
Pero en sábanas frías acurrucado
Y buscando en la noche el lucero
Desfallece aquel más desahuciado
Que es el mendigo por un “te quiero”.