Hace 24 años, cuando fue la
última vez que Argentina llegó a una semifinal, tenía que hacer 7 kilómetros en
bicicleta del campo al pueblo para festejar; cada vez que el Goycho tapaba el
último penal de una serie, abrazaba a mis viejos y un vecino y empezaba a
pedalear sonriendo. La vida de mis viejos se quedó en aquel campo con mi infancia;
frescos como la sonrisa de Cani.
Hace 16 años, cuando fue la
última vez que Argentina enfrentó a Holanda, entré a trabajar a un diario a las
5, para escribir un suplemento de economía, algún análisis e irme con amigos.
La expulsión del burro fue la herida, el pase largo la amplió y Bergkamp clavó
un cuchillo calado para que no suturara. Desandé las calles con la pera
temblando y los ojos vidriosos; a la noche no podía dormir, ya no tenía sueño.
Era como si la vieja estuviera triste.
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